"La luna brilla en el cielo, casi llena, y yo me siento en el patio tratando de ver las estrellas... tratando solamente, porque la luz y el smog de la ciudad y el agua que corre por los ojos y las nubes que opacan el pensamiento no me dejan ver más allá de esa blancura radiante, de ese reflejo celeste de una luz ajena. Mucho que pensar; la mente es como un espiral sin fin ni retorno que no sabe saltar sobre grietas pero vuela sobre abismos. A veces mi mente me lleva hacia ti, hacia un río que baja por una colina y nunca para. Tu agua es tibia y fluye muy suave, sin prisa. A lo lejos se escucha la vida nocturna de la naturaleza mientras el espejo del cielo, casi vacío, me muestra los hilos secretos que corren por tu cuerpo: hilos plateados que sólo la noche tiene permiso y derecho de mostrar. Eres hermoso pero existes sin que eso te importe. Parece que ni siquiera notas mi presencia, ni percibes que cada vez me acerco más a ti. Bebiendo de tu dulzura me dí cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Lloro, pues veo como la gris aurora se acerca y te besa y precede al sol que nos separa. Ya no veré nunca más tus hilos de plata. De pronto y sin pensarlo mis ojos se derriten en gotas salinas y transparentes. Tres de esas gotas caen sobre tu cuerpo. La otra parte de ellas forma una disyuntiva y corre perpendicular a ti, y yo me vuelvo un río de agua de lágrima. Nos separamos para siempre amor, y por eso yo hoy te trato de buscar en las estrellas, en la luna, en los ruidos nocturnos y no te encuentro."
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