viernes, 14 de marzo de 2014

El amanecer del fénix

Brillan tus ojos como charolas de plata, se encogen y crecen, dependiendo de la fase de la luna. Te emocionas, oh alma apasionada, hablas y escuchas a la vez, eres callado y compartes ese silencio, y las risas, y los sonidos que escurren por tus labios. Solamente quisiera fundir mis brazos alrededor de tus hombros por algunos minutos, horas o días y ver nacer y morir estrellas en los destellos de tus palabras y tus pupilas. Si pudiera abrazarte hoy, te dejaría ir mañana, cuando los pájaros anuncien un alba dorada. Cuando ese día llegue, cuando mis ojos se enciendan y se deshagan como el fénix agonizante, lo sabrás. Sabrás que te quise como a ti sólo, que mis brazos y mis piernas y mis orejas y mi ombligo fueron tuyos, y que te amé mil veces más que a ellos. Acuérdate de mí ese día, aunque ya no sientas mi tenue calor en tu torso o en tus manos, aunque ya no recuerdes mis dulces palabras o mi cara.

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